El libro está escrito en un idioma totalmente desconocido y consta de 38.000 palabras que permanecen indescifrables hasta nuestros días. Nadie ha podido determinar con exactitud su mensaje ni hallar la clave para traducirlo a una lengua conocida.
Mide unos 16 por 23 cm y unos 5 cm de espesor. Tiene cerca de 240 páginas, la mayoría de ellas ilustradas. El alfabeto tiene entre 23 y 40 caracteres distintos.
El libro consta de seis secciones.
La primera es la más grande, con 130 páginas. Contiene los planos detallados de 113 plantas y flores que nadie ha sido capaz de identificar. Se llama la sección de Botánica.
La sección 2 es de 26 páginas, con dibujos astrológicos, un montón de diagramas circulares y concéntricos, y algunos signos del zodíaco.
La tercera sección se llama la sección biológica y contiene principalmente dibujos de mujeres desnudas retozando en piscinas conectadas con intrincadas cañerías.
La sección 4 es la sección cosmológica, con unos impresionantes diagramas circulares que de alguna manera parecen tener naturaleza cósmica.
La quinta sección es farmacéutica, con más de 100 dibujos de hierbas, raíces, polvos, tinturas, y pociones cuyo contenido es indescifrable.
La última sección, denominada Estrellas, es la más misteriosa. Está compuesta de 23 páginas de texto sin imágenes, en párrafos cortos, cada uno marcado con una estrella.
A lo largo de su existencia
constatada, el manuscrito ha sido objeto de intensos estudios por numerosos
criptógrafos profesionales y aficionados, incluyendo destacados especialistas
estadounidenses y británicos en descifrados de la Segunda Guerra Mundial.
Ninguno consiguió descifrar una sola palabra. Esta sucesión de fracasos ha
convertido al manuscrito en el Santo Grial de la criptografía histórica, pero a
la vez ha alimentado la teoría de que el libro no es más que un elaborado
engaño, una secuencia de símbolos al azar sin sentido alguno.
A lo largo de su existencia
constatada, el manuscrito ha sido objeto de intensos estudios por numerosos
criptógrafos profesionales y aficionados, incluyendo destacados especialistas
estadounidenses y británicos en descifrados de la Segunda Guerra Mundial.
Ninguno consiguió descifrar una sola palabra. Esta sucesión de fracasos ha
convertido al manuscrito en el Santo Grial de la criptografía histórica, pero a
la vez ha alimentado la teoría de que el libro no es más que un elaborado
engaño, una secuencia de símbolos al azar sin sentido alguno.
Sin embargo, el que cumpla la ley de Zipf, que viene a decir que en todas las lenguas conocidas la longitud de las palabras es inversamente proporcional a su frecuencia de aparición (cuantas más veces aparece una palabra en un idioma, más corta es), hace pensar que se trata no sólo de un texto redactado en un lenguaje concreto, sino también que este lenguaje está basado en alguna lengua natural, ya que lenguajes artificiales como los élficos de Tolkien o el klingon de Star Trek no cumplen esta regla. Esto es debido a que la explicación a esta ley se basa en la economía lingüística: las palabras que más utilizamos son más cortas y así requieren menos energía, por ello es el uso de una lengua el que acaba por imponer esta ley. Es prácticamente imposible que el autor del manuscrito Voynich conociera la ley de Zipf, enunciada muchos siglos después, y por tanto que la aplicase a una lengua inventada por él.
El nombre del manuscrito se debe al especialista en libros antiguos Wilfrid M. Voynich, quien lo adquirió en 1912. Actualmente está catalogado como el ítem MS 408 en la Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale.
Sin embargo, el que cumpla la ley de Zipf, que viene a decir que en todas las lenguas conocidas la longitud de las palabras es inversamente proporcional a su frecuencia de aparición (cuantas más veces aparece una palabra en un idioma, más corta es), hace pensar que se trata no sólo de un texto redactado en un lenguaje concreto, sino también que este lenguaje está basado en alguna lengua natural, ya que lenguajes artificiales como los élficos de Tolkien o el klingon de Star Trek no cumplen esta regla. Esto es debido a que la explicación a esta ley se basa en la economía lingüística: las palabras que más utilizamos son más cortas y así requieren menos energía, por ello es el uso de una lengua el que acaba por imponer esta ley. Es prácticamente imposible que el autor del manuscrito Voynich conociera la ley de Zipf, enunciada muchos siglos después, y por tanto que la aplicase a una lengua inventada por él.
El nombre del manuscrito se debe al especialista en libros antiguos Wilfrid M. Voynich, quien lo adquirió en 1912. Actualmente está catalogado como el ítem MS 408 en la Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale.
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